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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/57

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los demás, a ver qué sería, y hallaron que Cloelia, arrimadas las espaldas a la peña, sentada en las pieles, tenía los ojos clavados en el cielo y casi quebrados. Llegóse a ella Auristela, y, a voces compasivas y dolorosas, le dijo:

—¿Qué es esto, ama mía? Cómo, ¿y es posible que me queréis dejar en esta soledad y a tiempo que más he menester valerme de vuestros consejos?

Volvió en sí algún tanto Cloelia, y tomando la mano de Auristela, le dijo:

—Ve ahí, hija de mi alma, lo que tengo tuyo; yo quisiera que mi vida durara hasta que la tuya se viera en el sosiego que merece; pero si no lo permite el cielo, mi voluntad se ajusta con la suya, y de la mejor que es en mi mano le ofrezco mi vida. Lo que te ruego es, señora mía, que, cuando la buena suerte quisiere, que si querrá, que te veas en tu Estado, y mis padres aun fueren vivos, o alguno de mis parientes, les digas cómo yo muero cristiana en la fe de Jesucristo y en la que tiene, que es la misma, la Santa Iglesia Católica Romana; y no te digo más porque no puedo.

Esto dicho, y muchas veces pronunciando el nombre de Jesús, cerró los ojos en tenebrosa noche, a cuyo espectáculo también cerró los ojos Auristela con un profundo desmayo, hiciéronse fuentes los de Periandro y ríos los de todos los circunstantes. Acudió Periandro a socorrer a Auristela, la cual, vuelta en sí, acrecentó las lágrimas y comenzó suspiros nuevos, y dijo razones que movieran a lásti-