Ir al contenido

Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/62

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

60

entendía, le supliqué, como si ella las entendiera, que volviese a verme; con esto la abracé de nuevo, y ella, simple y piadosa, me besó en la frente y me hizo claras y ciertas señas de que volvería a verme. Hecho esto, torné a pisar este sitio y a requerir y probar la fruta de que algunos árboles estaban cargados, y hallé nueces y avellanas, y algunas peras silvestres; di gracias a Dios del hallazgo, y alenté las desmayadas esperanzas de mi remedio. Pasé aquella noche en este mismo lugar, esperé el día, y en él esperé también la vuelta de mi bárbara hermosa, de quien comencé a temer y a recelar que me había de descubrir y entregarme a los bárbaros, de quien imaginé estar llena esta isla; pero sacóme deste temor el verla volver algo entrado el día, bella como el Sol, mansa como una cordera, no acompañada de bárbaros que me prendiesen, sino cargada de bastimentos que me sustentasen.”

Aquí llegaba de su historia el español gallardo, cuando llegó el que había ido a saber lo que en la isla pasaba, el cual dijo que casi toda estaba abrasada, y todos o los más de los bárbaros muertos, unos a hierro y otros a fuego, y que si algunos había vivos, eran los que en algunas balsas de maderos se habían entrado del mar, por huir en el agua el fuego de la tierra; que bien podían salir de allí y pasear la isla por la parte que el fuego les diese licencia, y que cada uno pensase qué remedio se tomaría para escapar de aquella tierra maldita, que por allí cerca había otras islas