78
ridad del sol por entonces era esperanza vana, y que también lo sería esperar yo volver a mi tierra tan presto, si no fuese cuando llegase la sazón del día grande, en la cual parten navíos de estas partes a Inglaterra, Francia y España con algunas mercancías. Preguntóme si tenía algún oficio en que ganar de comer mientras llegaba tiempo de volverme a mi tierra. Díjele que era bailarín y grande hombre de hacer cabriolas, y que sabía jugar de manos sutilísimamente. Rióse de gana el hombre, y me dijo que aquellos ejercicios o oficios, o como llamarlos quisiese, no corrían en Noruega ni en todas aquellas partes. Preguntóme si sabría oficio de orífice. Díjele que tenía habilidad para aprender lo que me enseñasen. “Pues veníos, hermano, conmigo, aunque primero será bien que demos sepultura a esta miserable.”
“Hicímoslo así, y llevóme a una ciudad donde toda la gente andaba por las calles con palos de tea encendidos en las manos, negociando lo que les importaba. Preguntéle en el camino que cómo o cuándo había venido a aquella tierra, y que si era verdaderamente italiano. Respondió que unos de sus pasados abuelos se había casado en ella, viniendo de Italia a negocios que le importaban, y a los hijos que tuvo les enseñó su lengua, y de uno en otro se extendió por todo su linaje, hasta llegar a él, que era uno de sus cuartos nietos: “y así, como vecino y morador tan antiguo, llevado de la afición de mis hijos y mu-