Ir al contenido

Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/91

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
89

ni pude hacer otra cosa que callar y dar con mi silencio indicio de mi turbación, la cual, vista por el padre, que era tan cortés como discreto, se abrazó conmigo y dijo: “Nunca, señor Manuel de Sosa, los días de partida dan licencia a la lengua que se desmande, y puede ser que este silencio hable en su favor de vuesa merced más que alguna otra retórica. Vuesa merced vaya a ejercer su cargo y vuelva en buen punto, que yo no faltaré ninguno en lo que tocare a servirle. Leonora, mi hija, es obediente, y mi mujer desea darme gusto, y yo tengo el deseo que he dicho: que con estas tres cosas, me parece que puede esperar vuesa merced buen suceso en lo que deseo.” Estas palabras todas me quedaron en la memoria y en el alma impresas de tal manera, que no se me han olvidado, ni se me olvidarán en tanto que la vida me durare. Ni la hermosa Leonora ni su madre me dijeron palabra, ni yo pude, como he dicho, decir alguna. Partíme a Berbería; ejercité mi cargo, con satisfacción de mi rey, dos años; volví a Lisboa; hallé que la fama y hermosura de Leonora había salido ya de los límites de la ciudad y del reino, y extendídose por Castilla y otras partes, de las cuales venían embajadas de príncipes y señores que la pretendían por esposa; pero como ella tenía la voluntad tan sujeta a la de sus padres, no miraba si era o no solicitada.

“En fin: viendo yo pasado el término de los dos años, volví a suplicar a su padre me la diese por esposa. ¡Ay de mí, que no es posible que me de-