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manos, nidos de caricias y energías, queden frescas como tus plantas y tus flores; cuida de que sus pies, que siempre anduvieron de prisa en busca del bien, sean respetados como dos queridas reliquias, y cuida de su corazón, que fué el cofre donde encerró la vida la esencia de su belleza.
¡Naturaleza, mi Dios! De rodillas, junto a esta tumba amada, te imploro como una hija en agonía a su madre cariñosa. ¡Cuida de él! Cuida del que me dió la sensación de aurora en el frío ocaso de mis tristezas; cuida y no lo maltrates; en cambio toma de mí la juventud para alimento de tus roedores necropófagos, y la sangre de mis arterias, para que se embriaguen como en un rojo vino de olvido.