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sendero del jardín gloriosamente oloroso de rosas.
A los dos días, en su casa, cuando más desesperado su corazón volaba á la toda adorada, á la muy suspirada, á la única; y pleno de dolor, cabeceaba de sueño y pena sobre el Código Civil abierto ante él sin su mirada, una carta le volvió á la vida.
Sr. Katig:
Yo he estado enferma; perdone V. si le he hecho esperar en mi contestación.
Dice V. que me adora. Si esto es cierto, ¿porqué no dejarse adorar? El mismo Dios lo hace así: Yo creo en Dios. ¿Y V?
No vuelva á casa, se lo ruego; pero el lunes en el Jardín Botánico, nos verémos á las 6 de la tarde; voy sóla, con una