rayos solares no necesitan para ello mas que ocho minutos.
No hay discípulo que no sepa estas nociones desde la edad de siete ú ocho años, pero para Juan eran cosas nuevas y las hallaba mas maravillosas que los cuentos de su libro.
El maestro cornia tres ó cuatro veces al año en el castillo, con los señores, y en el primer convite que recibió no desperdició la ocasion de contar el importante papel que representó en la pobre choza el libro de cuentos que regalaron á Juan, pues sólo dos de estos habían bastado para reanimar el valor abatido de Pedro y Cristina, infundiendo ademas el enfermo, con su lectura, la alegría en toda la familia.
Al despedirse le entregó el capellan del castillo dos escudos de plata para que los diese á Juan: En cuanto este los recibió dijo alborozado: « Este dinero es para papá y mamá. - ¡Mira, exclamó Juan, quién hubiera dicho que nuestro hijo, postrado en su cama, ha hecho recaer la bendicion sobre su familia!
Pocos dios despues, estando Pedro y Cristina ocupados en el jardin, el coche de los señores se paró á la puerta de la choza y la castellana, que era la misma bondad, se apeó y entró hasta el pié de la cama de Juan. Muy complacida y lisonjeada por el fruto que sacó el muchacho del libro de cuentos, le traia bizcochos, fruta, una botella de jarabe de or-