los inexhaustos pezones del entusiasmo; ojo que busca eternamente la luz del ideal.
Cantemos la juventud, porque no petrifica sus ideas, porque ríe cuando todos lloran, porque canta cuando todos enmudecen, porque ama lo que todos odian, porque odia lo que todos aman.
Cantemos la juventud que corona su frente de estrellas con sus gestos luminosos, pasmo de los siglos; que ilumina sus ojos con las llamas del entusiasmo, la santa fuerza que le guía; que convierte sus labios en atambores y en campanas para cantar las glorias que le enseñan el camino del triunfo futuro.
Cantemos la juventud que con la frente alta, la mirada ardorosa, la boca elocuente, la mano firme y el pié seguro, penetra sin vacilar por todos los caminos que puedan conducirlo a la gloria, sin curarse de los alaridos despreciables de los cobardes, de los silbidos serpentinos de la envidia, de los quejidos lamentables de los impotentes.
Cantemos la juventud que tiene fuego en las venas, fuego en el cerebro, fuego en el alma y que da con él calor y brillantez a la miseria de la existencia.
¡Cantemos la juventud!