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sino para los hombres; pero si los hombres la sienten mucho se vuelven bestias. [1]

  1. Cuando la tristeza proviene no de temperamento, pues en tal caso deben obrar los remedios físicos, sino de las desgracias que nos suceden, deben mirarse estas por decirlo asi, cara á cara, estudiándolas y considerándolas atentamente, para no ser victimas aun mas que de ellas de las ilusiones de nuestra fantasia. Nuestro amor propio, que es quien nos la retrata, carga demasiado las sombras de la pintura, y ademas nos hace mirar esta con un vidrio microscopico que la aumenta prodigiosamente. Aterrados con la vista de su espantosa mole, nos abatimos é inutilizamos para buscar los medios que disminuyan el origen de nuestra tristeza, y cayendo en la desesperacion quedamos incapaces aun de recibir consuelos ni alivios.
    En el mar tempestuoso de esta vida, donde son tan continuas las borrascas, no nos olvidemos jamas; de que debemos conducirnos con ellas como los buenos marinos sin abandonarnos jamas á la tristeza. Muy amenudo se supera todo el furor de los vientos y las olas mientras se conserva la serenidad suficiente para echar mano de cuanto puede precavernos del naufragio; pero el que desde luego abandona el timon, no se prometa ya sino su segura pérdida. ¿Qué puede esperar el que se osbtina en permanecer en una casa que arda por todos cuatro lados, sino el acabar abrasado? ¡No arriesgaria mucho menos en probar á tirarse por una ventana? Asi es que el que se deja vencer de la tristeza sucumbe regularmente bajo el peso de la mala suerte, y al contrario el que en circunstancias espinosas tiene fuerza para sostenerse sale por lo regular triunfante. En nuestros contratiempos pues es necesario en primer lugar conservar la serenidad, mas necesaria entonces que nunca: confiar en la bondad de Dios y no dejar de emplear cuantos medios dicta la prudencia ó para salir del mal paso ó á lo menos para consolarse.
    No hay, por otra parte señal mas infalible de la estremada cobardia de un hombre que cuando la adversidad le induce á desearse la muerte; y nada prueba mas la bajeza del alma que cuando acaba con su cuerpo por no sufrir las pesadumbres que le acosan. Un corazon verdaderamente generoso brilla mas en las persecuciones, y un espíritu firme tiene por cosa agena de si dejarle abatir por el infortunio. La paciencia triunfa de la mala fortuna; en vez de que la desesperacion, dándola armas, la sirve de trofeo. Es verdad que la prosperidad inspira á la mayor parte de los hombres demasiado apego á la vida y que la adversidad se la hace insoportable; pero las delicias de la primera son para el sabio tan insípidas como tolerable la amargura de la segunda; y de todas maneras el valor que nos precipita en la muerte, come dice el autor de los Estudios de la Naturaleza, no es sino el valor de un momento. Hay otro valor mas raro y mas necesario, que es el que nos hace sobrellevar cada día, sin testigos y sin elogios, los contratiempos de la vida, y este es el de la paciencia. No se apoya en la opinion agena, ni en el impulso de nuestras pasiones, sino en la voluntad de Dios. La paciencia es el valor del virtuoso.



VALENTÍA.

No huye el que se retira, respondió don Quijote; porque has de saber, Sancho, que la