gentes que se apresuran y disputan el honor de recibir una mirada de ella.
Los teatros no dan principio a los espectáculos, antes que esta dama de un perpétuo torneo, no se presente en ellos.
Los enviados de las primeras naciones del mundo, se acercan a buscar en sus ojos una mirada de distinción, con más fervor que otros llegaban a Catalina de Medicis sobre el trono de Francia, a María Stuar bajo el solio Escocés, o a Elisabeth con el cetro de Enrique VIII. Y si Manuela deja escapar de sus labios una frase cualquiera en favor del diplomático o del gobierno que representa, el diplomático se cree entonces más insinuativo que Buckingham, en el ánimo de las mujeres más astuto que Richelieu, en los laberintos de la diplomacia: y más inteligente que Pombal, en las conquistas políticas. ¡Tal es la influencia magnética de los gobiernos despóticos y personales, has-