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ta en el espíritu de aquellos hombres, que menos debieran temerles al parecer!

Así, aquella criatura nacida en los florestas del mediodía americano, donde la mujer como las flores del aire, solo fascina por su delicada belleza y por la fragancia de su alma, puede mirar con desdén las mujeres más abrillantadas de la Europa, en medio de cuanto el arte y el respeto tradicional les consagran, colocadas por su nacimiento y su fortuna en la eminencia de las graderias sociales.

Pero filtremos la mirada al través de ese horizonte deslumbrador, y sondiemos despacio el lóbrago vacío que se esconde tras él.

¡Pobre mujer! En torno de Manuela Rosas, el mundo es una orjía donde se embriagan sus sentidos; y sin saberlo ella, olvida, como el Manfredo de Byron, la esterilidad o las angustias de su