gares de que hace uso para llegar a sus estraordinarios fines.
El lo comprende bien. El sabe que por una ley de la naturaleza, más incontrastable que las que dicta su voluntad de tirano, su hija habría de pertenecer más a su marido que a su padre, el día que partiera su lecho, como su cariño, con aquel.
Esto por una parte; por otra, vistas futuras en su política, que ya no son misterios a los ojos de los que estudian de cerca, hacen que Rosas vele, como un amante celoso, los latidos del corazón de su hija.
Vendrá un día quizás, si la providencia no se cansa al fin de soportar los delitos de un solo hombre, que es la protesta viva de la justicia del cielo sobre el mundo, en que él saque de su hija, soltera, un partido más ventajoso, que el que reportaría de un ejército de 10.000 hombres. Y él espera ese día; o