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SEGUNDA PARTE
I
A las tres de la tarde, Luisa no había llegado aún, á pesar de que el ensayo estaba anunciado para las dos y media.
En la penumbra del escenario, los artistas impacientes iban y venían, andando sin hacer ruido, hablando sin levantar la voz y moviéndose como sombras proyectadas por una linterna mágica, mientras los violines de la orquesta preludiaban à la sordina airecillos lentos y monótonos.
Quien de pronto hubiera penetrado en Maravillas, no habría creído encontrarse en un conservatorio de fantásticas locuras, sino en un seminario de coristas palestrinescos.
El único que andando hacía ruido y que moviéndose parecía tener nervios, era el director, quien iba y venía