Esta página no ha sido corregida
— 66 —
Zedra sintió que desfallecía.
Se acercó con paso tembloroso; e inclinán- dose sobre el príncipe dormido, en vez de hundir la espina, dejó un beso en aquel rostro
tan amado...
vL
Nacía el alba. Una brisa fresca estremecía las plantas dormidas. Zedra volvió la mirada al palacio aun silencioso y luego a las selvas del Norte. Todo terminaba; de toda su be- lleza, de todas sus alegrías y pesares, ya nada quedaría...
Cinco nubes rosadas atravesaban el cielo. La esclava las contempló pensando que más felices que ella cruzaban el mundo libres de sentimientos.
—-<¡ Ven !» —exclamaron las nubes adivinan- do su pensamiento; — «vamos hacia lejanas regiones donde las nieves son tan puras como
nosotras».