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se me antojaron mientras me bamboleaba en el carro, aturdida con el retemblar de las ma- deras y los latigazos del viento.»

Al leer las líneas con más fuerza que nunca la imagen de Ana volvió a mí, y creía ver que sus ojos celestes asomaban a los míos. No tardé en reaccionar e indignarme de mi de- bilidad.

— «La fecha de la carta» — pensé — «es de mucho tiempo atrás. Ana estaba impresionada de los recientes acontecimientos. Seguro que se habrá ido habituando a su nueva vida, y calmada su exaltación, se ha apagado el re- cuerdo de nosotros. Probablemente será la últi- ma carta que recibiré de ella.»

Pero esta forma de razonar sólo conseguía amargarme y hacerme ansiar otras líneas, que me desmintieran el olvido de Ana. No se hicieron aguardar. En Yeniseisk hallé unos renglones fechados dos meses antes y que dis- taban mucho de expresar resignación.

— «Esta buena gente se esfuerza por hacer- nos agradable la rutina diaria. Es inútil su

empeño. Mamá comienza a decaer nueva-