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DE UN PERRO

III

Como mi alimento diario lo constituian los huesos que me arrojaban el inválido i demas admiradores mios que vivian en el conventillo, no es estraño que en el laboratorio de mis intestinos se formase una sustancia calcárea, mui parecida al alfeñique de Lima, que tántos sudores me costaba.

Era tiempo de sandías i de indijestiones entre los muchachos. Casi todas las madres del conventillo tenian enfermos a sus hijos.

¡I yo sin saber que era boticario!

Si, lector, farmacéutico hecho i derecho.

Aquellos alfeñiques de Lima de que te he hablado me los arrebataban las pobres mujeres, que, deshechos en tisanas o en mate, se los propinaban a los enfermitos.

El específico era bautizado con el nombre de azúcar de perro.

¡Yo competidor de Bernstein i de Lanmann i Kemp!

Con este motivo me dieron el diploma de médico de la casa. ¡Si entónces hubiera habido libertad de profesiones i una Universidad Católica!... Pero, como nadie me pagaba las recetas i todos me aguaitaban cuando confeccionaba mis píldoras, i los muchachos continuaban tomándose de los dedos meñiques, resolví renunciar a la carrera de boticario.

Por consejos de una gata vieja que estaba en cinta, me puse a comer a pasto el lanco, lo que en pocos dias me mejoró de aquellos cólicos que