CÁRCEL DE MUJERES
gruesa contesta al “ave maría” mientras se arregla las uñas. Las viejas limosneras charlan o duermen.
Se pierde luego la atención al rezo. Disputan. Luego retoman en cualquier parte la oración y siguen. Una recluída con la tapa de una cajita de vaselina se enar- ca las pestañas; otra se tiñe las cejas.
Una gallega de cuello de toro, plantada en dos pier- nas torcidas, se sacude el cabello a la pesca de un piojo. Alguien lee un cuento infantil en voz queda.
Se oye un “Virgo fidelis” monótono, monjil y un “ora pro nobis” reo y gritón.
El teléfono interrumpe la letanía.
—-“'¡ Madrecita, el teléfono!”
Dos o tres rostros se muestran ansiosos. Se imponen silencio éllas mismas, chistando.
—“¡Angela Spinelli!”
Una anciana se incorpora; va a salir y una le grita:
—“El saco e'la piba”,
—“¡Ah!; ¿dónde está la niña?”
Devuelve la prenda a la dueña que está tirada en un banco.
—“¡ Qué me importa el saco! ¡Déjenselo!”
—“¿No llaman más, madrecita ?”
—“¡Cómo ustedes están gritando, yo no puedo oír el teléfono !”
—-¡ Cállense, reas de mierda !”
Grita una de las que ya está lista para salir. La religiosa hace como que no oye. Dirige el plan- chado de los delantales, que realiza una mechera. Las
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