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CÁRCEL DE MUJERES

gil, ñata, no me cachés. Si yo pago es porque soy un buen amigo tuyo”.

—“Ché, Laura; ¿tu marido es lindo?”

—-“¡ Macanudo, ché! ¿No sabés? Me pinchó con la cortapluma. Yo me le escapé varias veces. Anduve con otro y mi marido lo buscó. Cuando se encontraron em- pezó con vueltas pero mi marido gritaba: “Quiero la mujer! ¡No quiero arreglos!” El tipo le ofreció mil pe- sos, pero mi marido no quiso saber nada. Yo, como ví que el tipo aflojaba, me escapé y volví con el otro. Después me decía: “¡ Visto, ñata! ¡ Sólo yo te convengo como marido. Todos los demás se cagan!”

—“¡La que los tiró! ¡Si yo sé que un hombre me vende a otro lo ensucio de arriba abajo!”

—“¡No; sino no es una venta! Es la ley de los cafis- hios. Si la mujer se les vá con otro, este tiene que lar- gar vento, sino lo liquidan. ¡El mío tiene una pinta! Anda siempre de negro, desde los zapatos hasta el som- brero. Usa cadena gruesa de oro y prendedor. Yo le quise comprar los gemelos para que le hagan juego, pero no quiso. ¡No usa taquito, ni se pinta! ¡Vieras qué hombre! Tiene un cutis de porcelana. No hace na- da más que afeitarse y ponerse polvo. Tiene vento en el banco y, ¡no juega ni un peso! ¡Es el único hombre que me conoce!... A veces yo me hago la broncosa y no quiero comer.

—“¡ Vení a comer, ñata!”

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