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ANGÉLICA MENDOZA

abajo en el hervidero social. Pero la gran prostituta que vive con los prohombres de la burguesía, la gran dama que roba en las mesas de bridge, la distinguida muchacha que se embriaga en los speakeasy escapan a la persecución policial.

Caen las capas pobres de la mendicidad y de la prostitución.

De los cuatro puntos cardinales afluye el hembraje. La noche pastosa, húmeda y embreada de la ribera, rayada de amarillo por la luz que trazan las puertas de los cafetines al abrirse, enriquece el venero amorc- so de los marineros y estibadores fortachos y simples.

Ellas son camareras o chistan en las calles a los Marius de todos los puertos. Se embriagan y hacen el amor a gritos y a golpes.

Las mujeres, clinudas y brillosas de gomina, se des- pcinan y rasgan el ambiente con el relincho áspero de su alegría, que se triza en el humo.

Ellos serios y torpes se atufan de angustia. Olor a mar, a pipa y axila de hembra sucia.

El Riachuelo de agua lerda encanallada de aceite, carbón y tierra, bordea la feria en donde los hombres acallan el trémolo profundo de la especie.

Se abren de par en par las puertas del bar. Entra el Orden. Siempre mal trajeado, pañuelo de seda al cue-

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