las opiniones de uno de estos vigilantes. Me mostró el fusil Remington con que él estaba armado. Dijo que el entraba a trabajar a las 7 de la noche y terminaba a las 5:30 y recibía tres y medio reales —cuarenta y dos centavos— al día, que no lo consideraba suficiente. Hay no hay taxis en Córdoba. Es un coche de tranvía, haciendo un total de dos viajes al día, que te lleva, bolsa y equipaje, dos oscuras millas más o menos a la estación.
Pero no me fui antes de primero visitar a la aldea India de Amatlan. No insisto que erudición de incalculable valor me ha sido dada estos viajes, pero eran una sucesión de excursiones al corazón real de las cosas. Me complació encontrar algo no modificado por las innovaciones de los viajes de ferrocarril y atestiguar la vida familiar, cotidiana del pueblo. Quizás nunca completamente entendemos a nadie hasta que conocemos su rutina. Un estímulo para lo usualmente descuidamos y tomamos como una obviedad, se despierta en el extranjero. Legislar, educación, compra y venta, comer y beber, matrimonio y el entierro de los muertos, todo produce entretenimiento. El viajero que extiende ante nosotros lo extravagante y alarmado de que ha visto nos puede todavía dejar muy en la oscuridad acerca de donde ha estado. En México, sin embargo, casi todo es extravagante.
Para Amatlan y de regreso es una cómoda excursión de un día. Rentamos caballos sin silla y un joven indio como guía y partimos. Mi compañero en esta excursión era un viajero comercial, un certero joven estadounidense de origen español. El viajero comercial viajero en machetes y otros cubiertos: tal era su profesión. Los machetes eran de marca estadounidense. Tengo uno colgado en mi habitación