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ANTIGUO MÉXICO Y SUS PROVINCIAS PERDIDAS.
III.



Elegir cualquier calle al azar donde todas son tan atractivas, y proceder a su terminación, en este sentido o aquel, se llega a un mero callejón, o a una puerta de la ciudad, o a vestigios de fortificaciones de adobe, con un foso. Pocos vehículos, aparte de los de renta, se ven, pero un montón de burros cargados y en todas partes los nativos vestidos de algodón cargando sus propias cargas en virtud de que las bestias de carga regulares se podrían tambalear. Hay una historia que cuando carretillas se introdujeron inicialmente en las obras de ferrocarril, los nativos les llenaban de la forma habitual y luego las cargaban sobre sus espaldas.

Cada tipo independiente de negocio tiene su emblema distintivo. El carnicero —en otros lugares no es una persona que necesite buen gusto en ornamento— muestra una bandera carmesí, y tiene su bascula de latón con cubierta con rosetas. Sus suministros le son entregados en una mula, trotando con cuartos de carne de res o carcasas de cordero en cada lado colgado de ganchos. Pero sobre todo las pulquerías (correspondiente a nuestras tiendas de licores de la esquina) que se dedican a la decoración en su forma más florida. No hay uno tan pobre que no tenga sus grandes vasos coloreados y un ambicioso fresco de una escena de batalla, o un tema de mitología o romance. Se deleitan con tales títulos como "Las antiguas glorias de México," "El famoso San Lorenzo," "El Sol para todos," "El paraíso terrenal" y hasta "el delirio," que a menudo suficiente expresa la condición de los clientes que beben demasiado libremente.

El tranvía tiene no sólo carros de pasajeros, pero otros de transporte de mercancías. Se mueven enseres domésticos de una familia, por ejemplo. También hay impresionantes catafalques