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MÉXICO.

Así arreglaban, el cuerpo del cautivo acostado arqueado sobre la piedra redondeada, con el pecho y el estómago estirado y elevado.

El Topiltzin, o Sacrificador, entonces se acercaba con un cuchillo afilado de obsidiana.


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Cuchillo de sacrificios de obsidiana.

Hacía una incisión en el pecho de la víctima; arrancaba su corazón con su mano; lo ofrecía al sol y luego lo aventaban palpitando a los pies del Dios.

Si el ídolo era grande y hueco, era habitual insertar el corazón en su boca con una cuchara de oro; y otras veces "lo levantaban del suelos una vez más, lo ofrecían al ídolo, lo quemaban y las cenizas conservadas con la mayor veneración."

"Después de estas ceremonias", dice el Dr. McCulloh, "el cuerpo era arrojado desde lo alto del templo, donde era tomado por la persona que había ofrecido el sacrificio y lo llevaba a su casa, donde era comido por él y amigos. El resto era incinerado, o "¡llevado a los jardines reales para alimentar bestias salvajes!

A veces solo ofrecían flores, frutas, ofrendas de pan, carnes cocidas, (como los chinos), copal y gomas, codornices, halcones y conejos; pero, en las fiestas de algunas de las deidades, especialmente cada cuarto años, entre los habitantes de Cuautitlán, los ritos eran terriblemente inhumanos.

Entonces plantaban seis árboles en el área del templo y dos esclavos eran sacrificados, de cuyos cuerpos se quitaba la piel y el fémur retirado. Al día siguiente, "vestido con la sangrienta piel y el fémur en sus manos," dos de los sumos sacerdotes lentamente descendían los escalones del templo; con gritos tristes, mientras la multitud reunida abajo gritaba, "¡Mirad a nuestros dioses!"

En la base del templo bailaban al ritmo de la música, mientras el pueblo sacrificaba miles de codornices. Cuando finalizaba la ofrenda, los sacerdotes amarraban a las copas de árboles a los seis presos, quienes inmediatamente eran perforados con flechas. A continuación, bajaban los cuerpos de los árboles y los tiraban al suelo, donde desgarraban abiertos sus pechos, y los corazones arrancados de acuerdo a la costumbre usual. ¡Este sangriento y cruel festival terminaba con un banquete, en el que los sacerdotes y nobles de la ciudad se comían las codornices y la carne humana!