"El lugar más agradable", dice él, "de todo lo que tienen que ver con México, se llama La Soledad y por otros El Desierto—lugar solitario o desierto. ¡Donde le gusta a todo lo salvaje, vivir en un desierto sería mejor que vivir en una ciudad! Este lugar ha sido ideal de pobres frailes llamados descalzos, Carmelitas descalzos, que, para hacer alarde de su santidad aparente, y que si bien puede considerarse a vivir como eremitas, se retiraron del mundo, pueden jalar el mundo a ellos, han construido allí un majestuoso claustro, que estando sobre una colina y entre rocas lo hacen más admirable. Sobre el claustro han creado muchos agujeros y cuevas, en, bajo y entre las rocas, como alojamientos de eremitas, con una sala de estar y un oratorio a rezar, con fotografías, imágenes y dispositivos raros de mortificaciones, como disciplinas de alambre, varillas de hierro, telas de pelo, fajas con puntas de alambre afilado para fajar sobre su carne desnuda, y muchos tales juguetes que cuelgan sobre sus oratorios, para que la gente admire sus vidas mortificadas y santas.
"Todos los agujeros eremíticos y cuevas (que son unos diez en total) están dentro de los límites y brújula del claustro y entre los jardines y huertas de frutas y flores, que pueden alcanzar dos millas; y aquí entre las rocas hay muchos manantiales de agua, que, con la sombra de los plátanos y otros árboles, son más frescos y agradables a los Eremitas; tienen, tiene además, el olor dulce de la rosa y jazmín, que es una pequeña flor, pero más dulce que todas las demás; ¡no hay ninguna otra flor que se encuentra tan rara y exquisito en ese campo que no esté en ese desierto, para deleite de los sentidos de los mortificados eremitas!
"Cambiaban semanalmente de claustro; y una vez finalizada la semana, otros son enviados, y regresan a su claustro; llevan con ellos sus botellas de vino, dulces y otras provisiones; en cuanto a las frutas, los árboles a punto de dejarles caer en la boca.
"Es maravilloso ver los dispositivos extraños de las fuentes de agua que están sobre los jardines; pero mucho más maravilloso ver los carruajes y galanes y damas y ciudadanos de México allí, caminar y alegrarse en los placeres del desiertos y a ver a esos hipócritas a quienes miran a como santos vivos y no pensar nada demasiado bueno para ellos para apreciarlos en su desierto de contradicción con Satán. Nadie va a ellos pero lleva algunos dulces u otro plato delicado, para alimentarlos y dar de comer sin embargo; cuyas oraciones asimismo encarecidamente solicitan dejando grandes limosnas de dinero para sus misas; y sobre todo, ofrecen una imagen en su iglesia, llamada "Nuestra Señora del Carmen," tesoros de diamantes, perlas, cadenas de oro y coronas y hábitos de tela de oro y plata.
"Ante esta imagen colgaba, en mi tiempo, veinte lámparas de plata; la peor de ellos era digno de cien libras."
De todos estos retiros frescos—estas tranquilas guaridas de mortificación de monjes—moradas, a la vez, de orgullo y humildad—no queda nada ahora solo montones de ruinas, marcando el antiguo claustro y ermitas. Pero el tiempo no ha podido destruir la magnífica vista que irrumpe sobre el