Ática India— cuando él miró, opino, esta tranquila escena a sus pies, ¡lo que debe haber sido la avaricia y la persistencia de un corazón poco noble que le instó a partir de la destrucción y la esclavitud de un pueblo civilizado y no amenazante, cuyo único delito era, la posesión de un país lo suficientemente rico como para ser saqueados para proveer el lujo de una raza fanática más allá del mar!
Nuestro descenso inició desde la elevación donde nos habíamos detenido un rato para observar el Valle. Nuestro operador de la diligencia era un yanqui honesto, valiente como los caballos salvajes que conducía y corrieron bajo su azote como si tuviéramos en las carreteras niveladas de Nueva Inglaterra bajo nosotros. ¡Pero, por desgracia! no las teníamos. Me pregunto si hay algunas de esas carreteras en otros lugares—en el mundo—, ni se puede concebir, porque la experiencia en la selva de Aroostook o los pantanos del Mississippi, no da ningún síntoma de esas carreteras. Eran barrancos, lavados en la ladera de montañas por las lluvias; llenos, aquí y allá, con piedras y ramas; represados, para mantener agua, en montículos de un par de pies de altura—y así, poco a poco serpenteando al pie del declive. Fácilmente pueden imaginar que fue no hay tal cosa como rodando abajo con nuestro rápido movimiento en tal barranco.
Literalmente saltamos de represa en represa y de roca a roca, y en muchos lugares donde la pendiente sin duda tiene un ángulo de 45o, debo confesar que me aterrorizaba el inminente peligro mientras los caballos cabalgaban tan ferozmente como si quisieran perforar el Mazeppa. Pero el conductor sabía lo que hacia y en una hora llegamos a Venta de Córdoba, donde, cuando me bajé, me encontré sordo y con vértigos por el calor, el polvo y el movimiento irregular. En unos instantes, sin embargo, llegó sangre a mi cabeza y mejoré, aunque me sentía enfermo e incómodo el resto del día. Dos de los otros pasajeros sufrieron de la misma manera.*
La distancia sucesiva de unas treinta millas se encuentra a nivel y bordea una sierra separada de colinas volcánicas entre los lagos de Tezcoco y Chalco, las misma que he descrito, hace algún tiempo, como elevándose en montones de hormigueros en la llanura. Pasamos el pueblo de Ayotla y entre una serie de grupos de chozas de paredes de barro y desoladas casuchas, enterradas entre palmeras y campos de cebada y maguey, (parecido a las calles de tumbas en ruinas cerca de Roma;) pero en ningún lugar vi señales de cuidadoso cultivo, o de comodidad y economía. En este valle de México es, notablemente, diferente al de Puebla. Reina absoluta miseria y abandono. Indios miserables en trapos exhibiendo casi en su totalidad sus cuerpos sucios, llenan el camino; diablos miserables procedentes
* Casi todos los viajeros sufren de mareos y el flujo de sangre a la cabeza a su llegada al Valle de México. Esto surge de la rarefacción de la atmósfera, 7000 metros sobre el nivel del mar.