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Mis últimas tradiciones

UNA COLEGIALADA Nuestras abuelas (benditas mujeres que en gloria estén), que alcanzaron los tiempos de Avilés, Abascal y Pezuela, cuando querian exagerar la necedad ó tontería de una persona decian que era un cándido de calilla.

Los seminaristas en el Perú (y no sé si en las demás colonias), por imitar á los estudiantes de Salamanca, dieron desde el siglo xvII en mantear á los colegiales novatos y á los acusones, y en aplicar calillas á los que, por afeminamiento, pobreza de espíritu ó candidez, estimaban merecedores de aquéllas. Eso era como los rehiletes de fuego sobre el tesluz de loro que no remata suerte.

A estas insolencias, nunca penadas con ejemplar castigo por los reclores, se dió el nombre de colegialadas, y no sólo las festejaba el público sino que entraron en las costumbres sociales. Contábase, como gracia, y se desternillaban de risa los oyentes, que á tal ó cual mentecato le habían echado calilla.

Previo este preámbulo, paso á hacer el extracto de un auténtico proceso que á la vista tengo.