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Ricardo Palma

Ricardo Palma ha sido periodista batallador, y es poeta de riquísima vena; pero sobre todos esos títulos á la fama, está el que le ha conquistado el don soberano de la originalidad, revelada en sus admirables Tradiciones. En este género no tiene predecesores ni rivales. Lo encontró por una revelación de su ingenio, que ansiaba por darse un campo propio. Allí estaban, sin que nadie los tocase, los empolvados archivos; por ahí discurrían las populares leyendas, sin que nadie se dignara desprenderlas de los labios del vulgo para ennoblecer su forma con las galas del lenguaje; ahí se estaba muerta y olvidada toda una época brillante á anecdótica, triste ó festiva, sangrienta ó generosa, con sus figuras caracteristicas y sus originales costumbres, sin que á nadie se le ocurriese abrir el viejo armario, sacudir el polvo, mater fa: polilla y sacar al sol toda esa caterva de dominadores con su abigarrada parafernalia colonial, exponiéndolos á la vista de las nuevas generaciones, para que con tan instructiva y amena exhibición recuerden, aprendan y sonrían.

Ricardo Palma descubrió el filón, lo trabajó con el prodigioso instrumento de su estilo, y á todos nos ha enriquecido con el oro que de allí sacara, aventándolo á puñados por el campo de nuestra literatura.

Sus cuadros son pinturas vivas. Contemplándolos se ponen delante de nuestra retina las cosas, los hombres y los tiempos que ya no son. En ellos desfila todo un siglo, y á veces se siente discurrir por los nervios una sensación de terror retrospectivo: se cree uno en plena colonia, en presencia de aquellos temidos y rumbosos virreyes, de aquellos ceñudos capitanes y de aquellos magistrados atrabiliosos, con cara de ley marcial. Por fortuna, el gran pintor, que adivina nuestro miedo pueril, no lo deja convertirse en temor de varón fuerte, y sonriendo donosamente, da un papirotazo al espantajo, como diciéndonos: —No le temáis, que es una excelente persona.» Y entonces advierte uno que el artista ha estirado un antico las comisuras de las bocas severas, y que ha rebajado no poco la ominosa curva de las ojivales cejas, con lo cual, en efecto, se esparce en aquellos rostros vitandos cierta encantadora bonhomie que invita á la familiaridad y al buen humor.