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Mis últimas tradiciones

morada de un hombre, á quien no conoce más que por sus comedias, es capaz de imaginar que, para obtener correspondencia de afectos, la sea preciso contar, de buenas á primeras, al hombre de su amor, que los abuelos de ella fueron de los conquistadores del Perú y de los que fundaron la ciudad de los caballeros del León de Huánuco; que, niña aun, quedó huérfana y confiada á la tutela de una tía; que tiene una hermana, un tanto devota, llamada Belisa, cuyo marido es muy buen muchacho; y por fin que ella vive contenta en su celibato, consagrada sólo al amor espiritual que la inspira Belardo, nombre con que bautiza á Lope de Vega. ¿A qué venía esa confesión, no de culpas, sino de boberías? ¿Quién sabe si el malicioso vate madrileño, después de leer las noticias autobiográficas, no exclamaría: 303 —I á mí, señora, ¡qué me cuenta usted?

No siempre tiene uno interés en imponerse de vidas ajenas.

Quede eso para los ociosos, y Lope no lo era.

El inventor de Amarilis contrasta con el inventor de Clarinda. Esta, en sus tercetos, apenas si, por incidencia, habla de su femenil persona, y aun en eso anda un tanto gazmoña.

La de la epístola á Lope, más que una dama culta y de buen tono, es una comadre cotorrera.

Cierto que en la silva de Amarilis abundan trozos de verdadero estro poético y que no hay pretensión de lucir sabiduría, como en los versos de Clarinda: ésta aspira á ser hombre, y aquélla se conforma con pertenecer al sexo bello y débil. Sin embargo, para que haya de tod en la viña del Señor, uvas pámpanos y agraz, véase este fragmento con vistas á la erudición.

Dénte el cielo favores, las dos Arabias bálsamos y olores, Cambaya sus diamantes, Tíbar oro, marfil Sofalia, Persia su tesoro, perlas los orientales, el Rojo Mar purísimos corales, balajes los Ceylanes, áloes preciosos Sárnaos y Campanes,