Página:Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería (1906).pdf/396

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
388
Ricardo Palma

Ingenioso hidalgo, y ya en el año anterior, habían profusamente circulado, en Sevilla, coplas de cabo roto.

Fundador de ese género singular de metrificación truanesca, fué un poeta calavera, que tuvo trágico fin. He aquí su historia, que extractamos de un antiguo periódico madrileño.

Vivía en Sevilla, en los comienzos del siglo xvii, un mozo inquieto y de lucido ingenio, llamado Alonso Alvarez de Soria, hijo de un jurado del mismo nombre. Burlón y maleante, gustábale el trato de la gente perdida, y había contraído el hábito de mofarse de todos. Para extremar sus burlas y darlas mayor escozor, inventó una jamás oída manera de versos, los de cabo roto, hecha observación de que los brabucones y ternejales de Triana solían comerse las últimas sílabas de un período, para hacer más huecas sus fanfarronerías.

En 1603, y en una décima de cabo roto, ridiculizó Alonso Alvarez el haber sometido Lope de Vega su libro El Peregrino á la censura del poeta Arguijo, buscando mentidos elogios, antes que advertencia y enseñanza.

Como el 25 de Septiembre de 1604 hubiesen disparado un pistoletazo á don Rodrigo Calderón que, juntamente con don Pedro Franqueza y don Alonso Ramírez del Prado, hacían tráfico infame de los destinos públicos, y Prado y Franqueza fuesen reducidos á prisión, conservándose don Rodrigo en la plenitud de su valimiento con el monarca, Alvarez no se pudo contener, y le envió al poderoso ministro una décima de cabo roto, aconsejándole pusiese la barba en remojo y se dispusiera para un funesto término. ¡Qué ajeno estaba el aconsejante de que él precedería á don Rodrigo en muerte ignominiosa!

Andaba por Sevilla un pobre ó bellaco, pidiendo limosna para San Zoilo, abogado de los riñones. Habíanle puesto los muchachos un feo nombre ó apodo: llamábanlo el Tío C...alzones. El pobrete se enfurecía, y los chicos le tiraban pelotas de lodo y aun peladillas de San Pedro. Algún vecino de buena alma, á fin de aplacarlo, le daba unos maravedises de linosna, y entonces el pedigūeño colocaba en el suelo la imagen del santo, bailaba alrededor de ella, y decía:—«Yo me llamo Juan Ajenjos, natural de Córdoba. y no soy el Tío C...alzones que decís.»