ras ricamente prendidas á la española, se lanzan á toda voz las palabras más indecentes á manera de gracia, ya se comprende un poco más que el hombre atildado y que pone empeño en separarse un poco de esta manera de ser nacional sea objeto de burlas, y aun se viene á las mientes la frase de un madrileño famoso [1] á un literato principiante: — Tú tienes mucho talento, pero te vistes demasiado para el pueblo en que vives.
Catalina era, como el gran Romea, un caballero metido á cómico; tenía gran partido entre las mujeres y entre las señoras. Hablaba dos ó tres idiomas, era limpio como el oro, se vestía muy bien, y en la escena, desde que empezó á ser actor hasta un año antes de morir, pareció siempre el galán joven simpático y atractivo á quien se dirigen los gemelos de las manos más chicas. ¿Cómo se le había de perdonar esto en el mundo de los bastidores y en el de las letras? Hasta hace poco, nuestros literatos y poetas creían que para serlo debían alardear de adanes; y en cuanto á los cómicos, salvo diez ó doce honrosas excepciones, siempre en España fueron dados á la gracia ordinaria y á la monomanía de lo «flamenco».
Catalina no fué realmente conocido ni estimado como se merecía, hasta que entró en el teatro Español, donde dió grandes pruebas de director inteligente y de actor moderno de gran valor. Por más que se diga que hacía
- ↑ D. Joaquín Barrutia.