camarero, pasó por delante del viejo, que leía tranquilamente La Correspondencia, y fué á dejar el plato sobre el fogón. Catalina tuvo la inspiración del que está de prisa. En un instante, en voz muy bajita, ofreciendo una moneda de cinco duros bajo promesa de que el mozo se quedaría en la cocina hasta las nueve en que el viejo se iría, y pidiendo prestado el delantal, combinó la salida, que no tenía más que un peligro: el de que el padre levantara la cabeza; pero ya una de las niñas, con ese instinto de cómica que tienen todas, se había colocado delante de la butaca cubriendo el cuerpo de papá, la mano en el respaldo, inclinada hasta tocar con su cara la de aquel celoso del honor castellano, y mientras decía con acento meloso: — ¿Dónde es el mes de María, papá? — Catalina salía á toda prisa, diciendo un «buenas noches» borroso y con voz aguardentosa..... Ya estaba libre. Tomar un coche y prometer al cochero hasta la grandeza de España de primera clase si llegaba al teatro Español en cinco minutos, fué obra de un momento. ¡El honor del soldado y mis derechos de autor estaban salvados!
Y de estas ocurrían todos los días. A veces hacía la comedia y el amor á un tiempo, guiñando á la del palco y contestando á la dama. Como tenía muy buen corazón y era todo un caballero en estos asuntos y en todos, las mujeres le querían y le respetaban á un tiempo. — Lo único que sentiría al dejar á una mujer, me decía, sería no quedar siendo buen amigo suyo. — Esta es teo-