mujer no tuviera este secreto de agradar con algo más que su propia hermosura, no sería sino media mujer. Capital moral es la belleza, que conviene á la mujer aumentar por lícitos medios.
Coqueterías hay en la flor con que se adorna la humilde obrera que no puede lucir brillantes ni encajes. Coqueterías en la más sencilla actitud de la gran señora que sabe distinguirse entre muchas. Coqueterías en los saludos, en las miradas, en las sonrisas. ¡Oh! es toda una teoría que podría llamarse El arte de agradar si Ernesto Feydeau no lo hubiese escrito hace ya mucho tiempo.
Y este arte, que, como todos, no existiría sin la inspiración, es sumamente necesario á las actrices que, como María Tubau, tienen el noble deseo de llegar á la gloria por méritos propios.
Porque ésta es una actriz á ninguna otra parecida, que ha hecho su merecida reputación sin necesidad de ser más que mujer.
Todas las encantadoras monerías del bello sexo, todas esas lindezas que una mujer tiene siempre reservadas para los momentos de conquista, las guarda María Tubau para la escena. De manera que el público para ella no es la reunión de mil espectadores cuyos corazones hay que cautivar uno á uno, no. El público es un solo hombre á quien ella dirige una sonrisa cotidiana, á quien subyuga con una incesante exposición de detalles personales que hacen olvidar á la actriz para pro-