Todos los instintos humanos coadyuvaron al establecimiento del matrimonio en la remota época prehistórica de la aurora de la civilización: el instinto genésico unió al hombre i a la mujer, i los instintos de sociabilidad i conservación de la especie, los obligó a dar estabilidad a su unión sirviendo simultáneamente al bienestar individual i al de la comunidad.
Por otra parte, el egoísmo del hombre i el instinto de propiedad, contribuyeron también a consolidar el matrimonio, considerando a la mujer como cosa del varón que la robé, adquirió en la guerra o la compró.
Sin ceremonial al principio, constituído sólo por la unión sexual, a medida que emergen los poderes religiosos i políticos, organizando instituciones, sométenle a reglas para que tenga sanción legal, reputándose como ilegítima i afrentosa para la mujer la unión no precedida del ceremonial impuesto.
Y en todos los pueblos, ya por la costumbre, ya por la lei positiva, la mujer quedó subordinada al hombre, erigido en su dueño i señor, que tenía sobre ella derecho de repudio, de vida i muerte, como en Roma.