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DE CECILIA 99

Te lo prometo. Ahora, mi querido Eduar- do, busca en la satisfacción del deber cum- plido, como tú dices, el mejor alivio para tus penas. Doquiera vayas trata de hacer honor por tus virtudes é inteligencia á la patria que dejas; y... si quieres un consejo, que aunque no será de tu agrado, lo dicta la pru- dencia, procura olvidarla y que te olvide.

—¡Jamás | — exclamó Eduardo con arre- bato-—eso sería indigno de ella y de mí.

—Sería mejor para ambos... ¿qué esperas? Que Margarita sea libre; pero ¿lo será al- gún día? Su marido aunque mucho mayor que ella, no es un anciano; puede vivir veinte, treinta años más... Y entretanto, ¿has de malgastar tu juventud, tu vida, re- nunciando á los goces del amor, de la fami- lia, por vivir encadenado con un amor impo- sible? .. En cuanto á ella, para sobrellevar su vida de martirio, es mejor que tenga el corazón libre; tu amor sólo puede aumentar sus penas; ¡Sólo en el de su hija hallará consuelo y felicidad !

—Indudablemente tienes razón, la cordura habla por tu boca, pero siento que no puedo, que no podré jamás olvidar á Margarita. ¡Que me olvide ella! No haré nada para im- pedirlo ni me quejaré; pero yo la amaré hasta la última hora de mi vida.

Héctor no insistió, pero en sus labios vagó