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114 EL PADRINO

ni aún enviarles mis señas, para que pudie- ran escribirme.

Tú sabes en que estado de ánimo me au- senté de Montevideo, después de mi última entrevista con Margarita, entrevista que en todos sus detalles, también conoces,

Pero lo que no sabes es que, no bien mis plantas pisaron tierra extraña, un deseo loco, insensato de volver á la patria y junto á «ella » se apoderó de mí.

Nunca imaginarás, Héctor, qué fuerza de voluntad necesité para resistir á la tentación, ni los tormentos y angustias que sufrí y que estuvieron á punto de echar por tierra todos mis buenos y juiciosos propósitos.

Entonces, recordando tus consejos, traté no de olvidarla, pero sí de idealizar su re- cuerdo; y para eso juzgué que el mejor medio era aislarme de todo lo que pudiera recordármela. Formé, pues, el propósito de no escribirte ni enviarte mi dirección, hasta el día en que se hubiera apagado un tanto el fuego que devoraba mi alma.

Cemprendía que á la primera carta en q e me dijeras: «es siempre desgraciada », «su- fre », volaría de nuevo junto á ella y trata- ría por todos los medios posibles de conse- guir su amor. ¡ Y esto hubiera sido corres- ponder indignamente á su noble confianza, faltar á todos mis deberes de caballero! Re- solví seguir luchando... y luché,