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116 EL PADRINO

das las puertas y pude trabajar con mediano éxito, primero, y excelente, después,

Tenía mi protector una hija única, lindí- síma y adorada, que arrastraba lánguidamente una existencia de enferma. Distraer á la po- bre niña fué para mí, primero, un deber, luego un alivio á mis dolores y, por último, lo confieso, á pesar de lo fija que estaba en mi alma la imagen de Margarita, una tarea grata á mi corazón.

Lina, que así se llama mi futura, me reci- bía siempre con visible placer y las horas que pasaba á mi lado parecían las más feli- ces de su existencia.

Un día, como seis meses después de mi llegada á París, mi protector me hizo llamar á su despacho. Estaba muy conmovido y comprendí que algo grave tenía que comu- nicarme; haciendo un esfuerzo para parecer tranquilo me dijo: «Eduardo, lo he Hamado para decirle algo que, según las convenien- cias sociales no debería jamás salir de mis labios; pero se trata dela vida de mi hija... y no vacilo. En pocas palabras: mi pobre Lina ama á usted». Yo hice un movimiento de sorpresa, él continuó: «sé que es una po- bre enferma y sería una carga para un hom- bre pobre; pero yo soy muy rico y todo lo que poseo es de mi hija. Los médicos dicen que una vida tranquila y feliz puede salvarla;