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DE CECILIA 23

recía tío del simpático y espiritual Eduardo. Este sí, que tendría miles de muchachas que se disputarían sus sonrisas... quizás ya te: nía novia. ¡Quién sabe si no era Juanita, la hija de don Pedro, tan bonita y tan rica l

Además Eduardo era pobre; no tenía más que lo que le daba su tío para que siguiera sus estudios; si (lo que no creía) llegaba á fijarse en ella tendría que esperarlo mucho y entre tanto su madre podía morir de mi- seria.

¡ No! Ella se casaría con don Pedro y tra- taría de quererlo lo más que pudiera.

Cuando Margarita, cerca de las cuatro de la mañana, cerró por fin los ojos, este pen- samiento se sobreponía á todos los otros y cuando despertó dos horas más tarde, estaba resuelta á casarse.

Vistióse apresuradamente para ir al taller y al mirarse en un espejo se asustó de verse tan pálida. Sentía el corazón dolorosamente oprimido; pero estaba tranquila y resuelta.

A la cabeza del lecho una imagen del Di- vino Crucificado parecía tenderle los brazos y mirarla con expresión de ternura. La jo- ven se arrodilló.

— Tú me darás valor — murmuró.— Yo me sacrifico por los que me aman... ¿qué es esto al lado del sacrificio que ofreciste por tus enemigos ?.