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DE CECILIA 37

un buen amigo y además, ahora va á ser pariente tuyo.

Margarita se puso como la grana y una nube de tristeza empañó sus expresivos ojos; Eduardo hizo un esfuerzo y murmuró :

— Ya estoy enterado; vengo de casa de tío y me lo ha dicho todo. Te felicito, porque vas á Ser muy rica.

— Yo no me caso por eso — dijo Margarita avergonzada y herida por el tono desprecia- tivo con que el joven pronunciara las últi- mas palabras.

— No creas, Eduardo, que á Margarita la lleva el interés, —intervino la madre— se casa porque tu tío es un hombre henrado y de juicio que sabrá guiarla en la vida.

—|¡Si yo no digo nada...! Le deseo con toda el alma que sea dichosa...

—¡Gracias!.. murmuró débilmente la jo- ven.

Eduardo pasó maquinalmente sus miradas sobre la mesa y las detuvo, como fascinado, sobre un ramo de olorosas violetas colocado en un humilde vaso de vidrio azul.

— ¿Son de aquí? — preguntó.

— Sí; — contestó Margarita — yo misma las corté esta tarde de mis pobres plantas que tanto cuido.

¿La quieres para quedar bien con al- guien ?