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DE CECILIA 0Y

Así es que él mismo invitó á su sobrino para que formara parte de los concurrentes al paseo, y el joven aunque se excusó pri- mero con varios pretextos, tuvo que acceder al fin.

Recién á las cuatro de la tarde se pre- sentó Eduardo en la quinta, hallando á las personas de la familia y algunas amigas de confianza, reunidas bajo una preciosa glorieta, tomando dulces. y refrescos y conversando alegremente. De los invitados solo faltaba Héctor, el yerno del dueño de casa, porque sus ocupaciones lo retenían hasta más tarde.

Después de saludar y cambiar algunas pa- labras con las personas allí presentes, Eduardo dirigió una furtiva mirada á Margarita, que le pareció más bella que nunca.

Una gran alegría, al verse rodeada de toda su familia, brillaba en los ojos de la señora de Real, haciendo su mirada más luminosa; sus formas con los años, habían adquirido morbideces de estatua y su rostro poseía un sello de tierna gravedad que la hacía más interesante.

Su traje de casa, color celeste pálido, ar- monizaba divinamente con la blancura de su tez, una rosa apenas entreabierta estaba prendida entre las ondas de sus cabellos cas taños. Habíale puesto Julieta aquel cándido adorno y se lo había dejado á instancias del