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DE CECILIA 85

-—Tengo el carruaje á la puerta y voy 4 buscar un médico — dijo Viñas. Aquí cerca vive uno á quien conozco y ¡haga el cielo que esté en su casa!-

— Vé, balbuceó Margarita, y luego, con aire de loca, agregó estas palabras, que discul- paba la violencia de su dolor: —si muere mi hija, te aborreceré, pues toda la culpa de esta desgracia es nuestra ó, mejor dicho, tuya...

El palideció, como si toda la sangre se re- tirara de sus venas; inclinóse en silencio y salió para ir en busca del doctor. :

No tardó mucho en regresar; el médico felizmente, lo acompañaba y no bien examinó á Cecilia tranquilizó á la afligida Margarita. Dijo que las quemaduras, si bien algo gra- ves, no eran en modo alguno mortales, y como habia traído todo lo necesario hizo la primera cura á la niña, que había vuelto en sí gimiendo dolorosamente; después se des- pidió. prometiendo volver al día siguiente y asegurando de nuevo á Margarita que la vida de su hija, no corría, por el momento, peli: gro alguno.

Quedaron nuevamente solos, Margarita, cuyo dolor aumentaba á cada gemido de su hija, y Eduardo, que consternado no sabía qué hacer.

Era bien cierto que él era responsable de aquella horrible desgracia. No sólo había