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rición, todos de distinto modo, las visitas miraban hacia el patio.

No faltaba cierto recelo en algunas de aquellas miradas.

De pronto, la figura monstruosa del perro se vió junto al brocal del pozo, iluminada por el resplandor siniestro de los ojos de fuego.

Estaba allí, fija, amenazadora, con las pupilas ardientes, clavadas en los que le miraban.

¿Quién se atrevió á espantarlo?

Nadie. Todos guardaron profundo silencio, y se cambiaron miradas llenas de terror.

Eran las ocho, próximamente.

La aparición duró algunos minutos, hasta que se desvaneció de pronto, como una luz que se apaga.

Ya no cupo duda alguna á los que aquella noche pudieron ver el perro de los ojos de fuego, de pié junto á la tina del agua.

Pero los incrédulos hacían burla de la cosa, y reían de la superstición de sus vecinos.

Noche á noche, concurrían á la casa á ver la aparición con sus propios ojos, los que no fiaban de los demás.

Se cerraban las puertas desde temprano, para que no se pudiese suponer que entraba de la calle, y el perro seguía apareciendo.

No hubo valiente que se acercase á él.

La familia dejó la casa á los ocho días, la que quedó por largo tiempo abandonada.