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Cuero-Duro estaba allí, de pie, con los ojos ardientes de voluptuosidad, mordiendo el labio inferior con una sonrisa lasciva.

—Vengo á llevarte! dijo á Leonor.

La joven, que al principio había trepidado, recobró su sangre fria, y respondió tranquilamente:

—Déjese de locas pretensiones y vaya á ocuparse de su trabajo,

—Ingrata! esa es la recompensa que quieres dar á mi amor!—Replicó Cuero-Duro.

—No quiero saber de nada!

—Lo sabrás por fuerza.

—¿Por fuerza...?—preguntó Leonor, mirando al gaucho de arriba á abajo.

Por toda contestación Cuero-Duro se adelantó hácia ella, estuvo de un salto á su lado y ciñó su cintura con su brazo.

La lucha se empeñó á brazo partido, encarnizada, tremenda.

Hubo un momento que Leonor, logrando desprenderse de los brazos de Cuero-Duro, cogió el mazo con que la muchacha lavandera golpeaba la ropa, y altiva, radiante de valor, esperó al cobarde adversario.

Cuero-Duro hizo una nueva tentativa para derribarla, pero un golpe del mazo asestado en medio de la cabeza, le hizo perder el sentido y rodar por tierra.

Leonor huyó á dar parte de lo sucedido.

Cuando su padre y sus hermanos llegaron al sitio de la lucha, encontraron á Cuero-Duro tendido á orillas del arroyo, con la cabeza bañada en sangre.

Estaba muerto.