Oí este cuento á una sencilla mujer del campo.
Me aseguró que era cierto, tan cierto como que es el sol el que alumbra el día.
Tiene algo de fantástico, algo que inclina á creerlo uno de esos frecuentes delirios de la imaginación.
Yo, lector amigo, no sabría decirte con seguridad si lo he creido ó nó.
Hay tantas cosas maravillosas en este mundo y en el otro, que no seria difícil que aconteciese algunas veces lo que el incrédulo raciocinio desecha sin la menor piedad.
Pero, si bien es cierto que no podría yo precisar si creo ó no creo lo que me refirió la humilde y sencilla paisana, también lo es que el episodio me ha parecido tan bello que bien merece ser narrado y leido.
Preámbulo suficiente es ya ál que va escrito.
Con que así, doblemos la hoja, y vamos al cuento, que—lector amigo, vuelvo á repetirlo, no es cuento sino historia.
Quizás viven aún muchas de las personas que tie-