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presupuestar de que tanto gasto hacen periodistas y oradores parlamentarios. En esa discusión que se acaloró un tantico, y en la que un intolerante académico olvidó hasta formas de social cortesía, leyóse un romance que, hace medio siglo, escribió Ventura de la Vega contra el verbo presupuestar, lectura con la que mi contradictor no probó más sino que el tal verbo ha llegado á imponerse en el lenguaje, para evitar el rodeo de formar presupuesto, consignar en el presupuesto, etc. Pobre, estacionaria lengua sería la castellana si, en estos tiempos de comunicación telegráfica, tuviésemos que recurrir á tres ó cuatro palabras para expresar lo que sólo con una puede decirse.

La intransigencia del académico á quien he aludido para con el verbo presupuestar, se parece mucho á la de don Rafael María Baralt con el vocablo gubernamental:

«Todo se intente, todo se haga, menos escribir semejante vocablo, menos pronunciarle, menos incluirle en el Diccionario de la Academia. Antes perezca éste, y perezca la lengua, y perezcamos todos.»

Pues poquita cosa le pedía el gusto. ¿Así son los odios académicos para con las pobres palabras? Mal consejero y peor juez es el odio.

Pues, á pesar del anatema, la voz gubernamental se impuso, y ahí la tienen ustedes, en la última edición del Diccionario, tan campante y frescachona. Y á pesar de la inquina de Baralt no nos ha llevado todavía la trampa, y el mundo sigue rodando

por el piélago inmenso del vacío.

Que haya un vocablo más ¿qué importa al mundo?

Y aquí viene, como anillo al dedo, algo que Pompeyo Gener escribe en su interesante libro Literaturas malsanas, y que copio para que el lector ame-