indefinida. Y las obras del genio siguen produciéndose y dando lugar á nuevas estéticas. Y los estímulos nuevos surgen con los nuevos temperamentos, independientes de todas las reglas. Y el hombre continúa produciendo é innovando, en las letras como en todo, pudiendo decir, á pesar de los académicos, e pur si muve.»
V
No se diría sino que se pretende que seamos súbditos, no voluntarios sino forzados, del idioma, y que la autoridad del Diccionario sea, para nosotros, tan indiscutible como el Syllabus romano para el cúmulo de fanáticos. Hablemos y escribamos en americano; es decir, en lenguaje para el que creemos las voces que estimemos apropiadas á nuestra manera de ser social, á nuestras instituciones democráticas, á nuestra naturaleza física. Llamemos, sin temor de hablar ó de escribir mal, pampero al huracán de las pampas, y conjuguemos sin escrúpulo empamparse, asorocharse, apunarse, desbarrancarse y garuar, verbos que en España no se conocen, porque no son precisos en país en que no hay pampas, ni soroche, ni punas, ni barrancos sin peñas, ni garúa. El escritor que, por prurito de purismo, escriba afta en vez de paco, divieso en lugar de chupo, adehala por yapa y colilla por pucho, será comprendido en España, pero no en el pueblo americano para el cual escribe. Debe tenernos sin cuidado el que la docta corporación nos declare monederos falsos en materia de voces, seguros de que esa moneda circulará como de buena ley en nuestro mercado americano. Nuestro vocabulario no será para la exportación, pero sí para el consumo de cincuenta millones de seres, en la América latina. Creemos los vocablos que necesitemos crear, sin pedir á nadie permiso y sin escrúpulos de impropiedad en el término. Como te-