De buena gana discutiría aquí alguna de las afirmaciones de mi prologuista, Víctor Goti, pero como estoy en el secreto de su existencia—la de Goti—, prefiero dejarle la entera responsabilidad de lo que en ese su prólogo dice. Además, como fuí yo quien le rogué que me lo escribiese, comprometiéndome de antemano—o sea a priori—a aceptarlo tal y como me lo diera, no es cosa ni de que lo rechace, ni siquiera de que me ponga a corregirlo y rectificarlo ahora a posmano—o sea a posteriori. Pero otra cosa es que deje pasar ciertas apreciaciones suyas sin alguna mía.
No sé hasta qué punto sea lícito hacer uso de confidencias vertidas en el seno de la más íntima amistad y llevar al público opiniones o apreciaciones que no las destinaba a él quien las profiriera. Y Goti ha cometido en su prólogo la indiscreción de publicar juicios míos que nunca tuve intención de que se hiciesen públicos. O por lo menos nunca quise que se