–Pero ¿usted no cree, señora –le preguntó Augusto–, que sería bueno que no hubiese sino una sola lengua?
–¡Eso, eso! –exclamó alborozado don Fermín.
–Sí, señor –dijo con firmeza la tía–; una sola lengua: el castellano, y a lo sumo el bable para hablar con las criadas que no son racionales.
La tía de Eugenia era asturiana y tenía una criada, asturiana también, a la que reñía en bable.
–Ahora, si es en teoría –añadió–, no me parece mal que haya una sola lengua. Porque este mi marido, en teoría, es hasta enemigo del matrimonio...
–Señores –dijo Augusto levantándose–, estoy acaso molestando...
–Usted no molesta nunca, caballero –le respondió la tía–, y queda comprometido a volver por esta casa. Ya lo sabe usted, es usted mi candidato.
Al salir se le acercó un momento don Fermín y le dijo al oído: «¡No piense usted en eso!» «¿Y por qué no?» , le preguntó Augusto. «Hay presentimientos, caballero, hay presentimientos...»
Al despedirse, las últimas palabras de la tía fueron: «Ya lo sabe, es mi candidato.»
Cuando Eugenia volvió a casa, las primeras palabras de su tía al verla fueron: