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AL MARQUÉS DE SÉVIGNÉ 117

mar que hayáis enternecido ese corazón de roca? Mucho me alegro de que sea así; pero me río al veros interpretar los sentimientos de la condesa. Compartís con los demás hombres un error del que hay que des- engañaros, por muy halagador que para vos sea ese error. Todos credis que vuestro mérito enciende las pasiones en el corazón de los hombres y que las cua- lidades de corazón y espíritu son las únicas causas del amor que sienten por vosotros, ¡ Qué error! Si creéis en él es porque satisface vuestro orgullo. Pero observad sin prevención el motivo que os determina y reconoceréis que os engañáis y que nos engañáis; que bien mirado sois las víctimas de vuestra vanidad y de la nuestra; que el mérito de la persona amada no es más que la ocasión ú la excusa del amor y no su verdadera causa; que todas esas sullimidades de que blasonan lo mismo los hombres que las mujeres, no son más que el disfraz del deseo de satisfacer esa nece- sidad que es el primer móvil de la pasión. Os digo una verdad dura y humillante, pero verdad al fin. Las mujeres entramos en el mundo con esa necesidad indeterminada de amar y si amamos á uno antes que á otro — digámoslo de buena fe, — cedemos menos al conocimiento del mérito que á un instinto maquinal y casi siempre ciego. Esto se prueba fácilmente recor- dando que á veces nos enamoramos locamente de des- conocidos ó al menos de hombres á quienes no cóno- cemos á fondo para darles nuestro corazón, y así nuestra elección ya es imprudente en su origen. Nos enamoramos siempre sin un examen suficiente; por eso comparo el amor con el apetito que se siente por un plato más que por otro sin poder dar la razón de la preferencia. Disipo cruelmente las quimeras de vuestro amor propio, pero os digo la verdad. Estáis