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CARTA XVI

Con seguridad, marqués, que vais á creerme más cruel aún que á la condesa. Si ella es la causa de vues- tros malos ratos, yo hago algo peor: me entran ganas de reir. Co.ozco vuestras penas tan bien como vos y el apuro en que os halláis me parece muy grande. En efecto, ¿cómo aventurar una declaración de amor á una mujer que se complace en alejar todas las oca- siones? Tan pronto parece enamorada, como es la mujer de mundo más inatenta á todo lo que hacéis para agradarla. Escucharía con gusto y responderla alegremente á las frases atrevidas y á los requiebros de un caballero cualquiera, de un preceptor insig- nificante; con vos habla seriamente ó con aire dis- traído; si adoptáis un acento tierno y afectuoso os contesta una broma ó cambia de conversación. Todo eso os intimida, os inquieta y os desespera. ¡Pobre marqués !... pues bien, os aseguro que eso es amor. Las distracciones que afecta y la inatención de que se disfraza os dan á comprender que en el fondo no es indiferente. Pero vuestra falta de habilidad, las consecuencias que deben seguir á una pasión as!, el interés que se presta á vuestra situación, intimidan