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AL MARQUÉS DE SÉEVIGNÉ 191

resistir tanta frialdad. El temor de que esa indi- ferencia fuese real, la ha sumido en una mortal inquie- tud. Venid, crucl, venid á ver vuestra obra; venid á enjugar las lágrimas que habéis hecho correr; venid á gozar de vuestra victoria y de nuestra derrota. ¡ Dios mio, lo que trastorna el amor la cabeza de la mujer más razonable del mundo! ¡Lástima que no hayáis sido testigo de los reproches que acabo de soportar! Según la condesa, he tenido de su virtud una desconfianza injuriosa, de vuestras pretensiones una falsa idea y os he supuesto designios criminales para tener el placer de castigaros. Que sois dura, injusta, cruel, ¡qué sé yo los epítetos con que me ha abrumado! ¡Qué arrebatos! ¡Oh! os aseguro que será esta la última tormenta que soportaré por mezclarme en vuestros asuntos, y que renuncio muy cordiamente á las confidencias con que me honrasteis, primero vos y luego la condesa. Está visto que los consejeros en semejantes casos tienen un papel nada bello; se encargan de lo que hay de enfadoso en la querella y los amantes, en cambio, se aprovechan de la reconciliación.

Sin embargo, reflexionando bien, he creído que no debía darme por ofendida. Sois dos niños cuyas locuras me servirán de diversión : os miraré filosófi- camente y terminaré por ser amiga de los dos; venid en seguida para saber si la resolución os place. No hagáis más el cruel. Venid á hacer la paz ¡ pobres niños! Tiene el uno miras tan inocentes y el otro está tan seguro de su virtud, que estorbar su amor sería afligirles sin razón ninguna.