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CARTA XXXVII

Creo sinceramente que un hombre de vuestra con- dición, que un militar se vea expuesto á tolerar malas compañías; por consecuencia, alguna vez es arrastrado hacia las divinidades de que me habláis en vuestra carta. Á pesar de ello, no os habéis equivo- cado; Os censuraría si no estuviera segura de que en el estado de vuestro corazón, las heroínas de basti- dores no son peligrosas para vos. Pero la condesa es menos indulgente; no me extrañan sus celos; me con- firma en mi manera de pensar acerca de las metafi- sicas. Veo que su sinceridad no existe. Sus quejas son bien singulares. ¿Por qué, en fin de cuentas, que se las quita? Nada son esas bellas para el sentimiento y este es el que quiere poseer la condesa.

Las mujeres no están de acuerdo ni con ellas mis- mas siquiera. Quieren hacer creer que desprecian á las hermosuras de los teatros, pero las temen dema- siado para no inspirarlas más que desprecio. Después de todo, ¿hay razón para temerlas? ¿No sois más sen- sible á la libertad y facilidad de su trato que al de una mujer razonable que sólo ofrece orden, decencia y uniformidad? Con las primeras, los hombres pueden